lunes, 25 de octubre de 2010

BALANCE Y PERSPECTIVAS DE LAS LUCHAS UNIVERSITARIAS EN 2010


Izquierda Autónoma
Universidad de Chile


A un mes de que finalice el actual periodo de la FECH, y a medida que se acerca el término del primer año de gobierno de Sebastián Piñera, en Izquierda Autónoma sentimos la responsabilidad de compartir nuestro balance de lo que ha sido el 2010 para el movimiento estudiantil universitario, como también de entregar algunas modestas perspectivas para el periodo venidero. Lo hacemos sin otro afán que contribuir a resituar el debate político entre los estudiantes y sus organizaciones sociales y políticas, así como a superar la desorientación que campea en la izquierda.

El acento de la autonomía como estrategia ha estado siempre puesto en construir una mirada y un accionar político centrados en posibilitar la emergencia de los sectores populares como sujeto protagónico en nuestro país. Desde esa óptica –de la que en su historia de constitución sólo somos una pequeña parte- es que surgen los lineamientos que proponemos cada día desde y para el movimiento estudiantil, en tanto el Chile neoliberal dice hacer de la Educación Superior un trampolín para la “movilidad social”, cuando en lo central sólo ingresa a miles de jóvenes a nuevas y más avanzadas formas de explotación.

Creemos firmemente en la necesidad de repensar la política del movimiento estudiantil, desafío que no se enfrenta ni con cómodos ideologismos -como los localismos y ultraizquierdismos tan propios de algunas identidades- ni menos con el cortoplacismo de quienes reducen los desafíos del movimiento a sus deseos de incorporación al partido que juegan los de arriba. Una nueva política sólo puede surgir de una lectura clara de las condiciones concretas que enfrenta el movimiento y de comprender el papel central que juega la Educación Superior en la profundización del actual modelo de sociedad.

Crisis de la Concertación y ascenso de la derecha: la copia dio paso al original

Desde su instalación en La Moneda, el gobierno de Sebastián Piñera ha sido muy eficaz en la desactivación de los conflictos que pudieron habérsele presentado desde la Concertación y la izquierda. Medidas tales como un atisbo de reforma tributaria, la modificación de la Ley Antiterrorista, la negativa a indultar militares violadores de DDHH, la apertura a mejorar algunas leyes laborales y, ahora último, el aumento del gasto social, entre otras, no han sido sólo “guiños” para conquistar el centro político, sino que demuestran la enorme determinación que la derecha postpinochetista tiene de ampliar y fortalecer las bases del bloque dominante.

Frente a esta audaz iniciativa, la Concertación ha quedado paralizada, sin proyecto ni capacidad de ser oposición efectiva, pues Piñera ha demostrado ser un mucho mejor administrador del modelo construido durante los 20 años de gobiernos del arcoíris. Ante esta “cesantía política”, la Concertación se ha sumido en disputas internas sin más contenido que el que pudiera tener cualquier teleserie de la tarde, desesperada ante la migración de sus cuadros a las grandes empresas y la evidencia de que el rol que jugó durante la transición no fue sino el de facilitar la legitimación cultural del neoliberalismo y desactivar toda oposición social que se le presentara.

La izquierda, del otro lado, aparece sólo como vagón de cola de los sectores más oportunistas de la Concertación –principalmente el PPD y parte del PS- que intentan montarse sobre ciertas manifestaciones emergentes de descontento social y conseguir relegitimarse convocando al “todos contra Piñera”. Las pocas demandas que la izquierda ha logrado conducir se refieren más a reclamos corporativos de sectores asociados al “viejo Estado” que a cuestionamientos sustantivos al modelo político y económico o vinculados a los sectores más dinámicos del Chile actual. El 2010 demuestra que la izquierda tradicional no tiene una lectura sobre la situación del poder en la sociedad chilena, ni voluntad de transformarla, sino que sólo una lectura sobre cómo insertarse mejor en el andamiaje formal.

A su vez, la mayor parte de los actores sociales ha protagonizado movilizaciones aisladas e inofensivas, motivadas más como oposición a los excesos del modelo (represión desmedida, arrebatos de personalismo de Piñera, conservadurismo UDI, etc.) que a su esencia antipopular y neoliberal. La desorientación de la Concertación y la izquierda hacen que impere la despolitización en las organizaciones sociales, tendencia de la cual no escapan organizaciones estudiantiles como la CONFECH ni, lamentablemente, nuestra propia Federación.

FECH: La agitación como política, los estudiantes como accesorio

El principal problema en la actual conducción de la FECH, en manos de Estudiantes de Izquierda, pasa a nuestro entender por la ausencia de una lectura política sobre el escenario que enfrenta el movimiento estudiantil a nivel de Educación Superior. Sin aquello, la Federación careció todo el año de iniciativa propia, lo que la dejó a merced de los acontecimientos que se le presentaron y no como creadora de los mismos. Desde el terremoto a la huelga mapuche, pasando por la represión policial y uno que otro desmadre de autoridades Mineduc, la centralidad de esta FECH fue mutando cada mes, incapacitándola para obtener avance alguno en los diferentes frentes sobre los que se fue posicionando.

Cuando el curso de una organización no nace de su propia conducción, quiere decir que son otros los que la conducen. Así, pierde sentido y utilidad para quienes representa. Esta carencia fue suplida con la vieja práctica, tan propia de la izquierda tradicional, de construir movimiento estudiantil a partir de convocatorias vagas y puramente agitativas, sin proponer nunca una estrategia de acumulación de fuerzas adecuada. El paradójico resultado ha sido una medición del éxito de la Federación con criterios formales y no políticos, de tipo mediático o basados en la cantidad de gente que sale a las marchas, pero que, como hace años no se veía, calla ante la total ausencia de ganadas concretas para los estudiantes y la falta de posicionamiento de un discurso claro sobre el rumbo que debe tomar la educación en Chile.

Esto se explica no tanto por el oportunismo que denuncian los sectarismos de izquierda –que reducen la política a un juego de intenciones ocultas-, como por el hecho, mucho más sustantivo desde nuestra perspectiva, de que se intensifica en la izquierda tradicional de nuestra universidad una visión instrumental de lo social, que reduce la fuerza de los estudiantes organizados a un mero accesorio de la lucha que libran sus representantes. Nuestra diferencia con esta forma de construcción no es asunto de moral sino de política, porque una vez que esa falsa vanguardia prescinde de su gente para actuar, es cooptada, derrotada o, como ha sucedido este año, ninguneada por su adversario.

Pero los pasos dados por la conducción de la actual FECH no se deben sólo a la ausencia de una lectura política. Hay también un conjunto de decisiones claras. Una de ellas, la más importante sin duda, es la decisión de renunciar a abrir focos de conflicto con rectoría y poner al movimiento estudiantil como apoyo crítico del proyecto que lleva las riendas de nuestra universidad. Esta política, si bien se ha intensificado el 2010 bajo el mecánico análisis que dicta “el enemigo es la derecha y está en el Gobierno” -como si la derecha no hubiera gobernado ya 20 años-, hunde sus raíces en la composición del proyecto de universidad de Víctor Pérez. Pero hoy, qué duda cabe, en la alianza fraguada entre el progresismo y la tecnocracia de nuestra universidad que hizo posible ese proyecto, se impuso el bando tecnócrata, dando un sello claramente gerencialista a la rectoría.

La izquierda tradicional de la Chile ha quedado así atada de manos, presa de un proyecto universitario que en lugar de iniciar la modernización con compromiso que prometió, ha operado como “caballo de Troya” del esfuerzo neoliberal por convertir a la Chile en una competitiva universidad de elite. El perismo, en definitiva, no ha sido capaz de superar el estancamiento del periodo Lavados-Riveros, sino por el contrario, ha agudizado los problemas centrales de nuestra universidad, ensanchando la brecha entre las facultades rentables y las postergadas, siendo un freno para la democratización (institucional y social) y orientando cada vez más la producción de conocimiento a los requerimientos del mundo empresarial.

El maridaje entre el gerencialismo de rectoría, hegemónico a nivel académico, y una izquierda cortesana que avanza en el plano estudiantil, produjo un freno de las luchas de base en nuestra universidad. A tal punto llegó esta tendencia que el presente año no hubo ningún proceso significativo a nivel de facultades que pudiera proyectar una lucha referencial por una modernización distinta a la propuesta por la tecnocracia imperante. Fruto de ello, el movimiento estudiantil ha sufrido una sostenida pérdida de fuerza y arraigo en las bases, a contrapelo del boom de un antipiñerismo dependiente de verdades abstractas y no vividas, siendo incapaz así de presionar para una superación del corporativismo, estrategia que encierra a la Chile en los términos de desarrollo que ponen las universidades privadas y le impide plantear un proyecto superior al que le han designado los gobiernos neoliberales.

El 2010 se ha caracterizado también, en el plano político estudiantil, por la ausencia de otras alternativas con capacidad de disputar la conducción de la Federación. A la crisis de los esfuerzos por reinventar una izquierda con vocación de mayorías, de corte más social que partidario, se suma la decisión de una izquierda más sectaria de desmovilizar y fetichizar ciertas demandas, desvinculándolas de una lucha más general y sin voluntad de intervenir las relaciones de poder en la universidad. De esta caracterización no podemos restar nuestro propio estado como fuerza, debilitados por la derrota de valiosos procesos de base que condujimos o contribuimos protagónicamente a levantar, como la lucha contra el autoritarismo en Derecho o la instalación del convenio de desempeño en Juan Gómez Millas, y por el fracaso de la apuesta política nacional de la cual somos, entre muchos otros esfuerzos, tributarios.

Una nueva política para el movimiento estudiantil

El escenario actual nos demanda una nueva política como movimiento estudiantil, que tome en cuenta las condiciones que se nos presentan y asuma el desafío de transformarlas a partir de sus propias grietas. Esta nueva política sólo puede surgir si somos capaces de apropiarnos creativamente de esas condiciones, comprendiendo en toda su expresión las reformas en curso a nivel de Educación Superior y estando abiertos a una potente innovación en las prácticas y el trabajo cotidiano. No puede reducirse a la disputa más eficiente o encarnizada por los espacios formales de la política, puesto que hoy el empoderamiento colectivo de los estudiantes no pasa centralmente por esos espacios. Ni tampoco a una crítica compleja y radical, pero paralizante.

La fase de profundización neoliberal del modelo de Educación Superior iniciada en los últimos años de Ricardo Lagos no se ha presentado como un paquete de reformas que convoque oposiciones unificadas, como lo fueron la Ley Marco y la Ley de Financiamiento. Esta fase ha consistido más bien en una serie de medidas de ajuste y corrección, que aparecen no de golpe sino mediante el avance de programas como el MECESUP 2 (que modifica el AFD por convenios de desempeño), el aumento del déficit del Fondo Solidario (para la universalización de su contraparte, el Crédito con Aval del Estado) y la instalación de la “tercera misión” como creciente requisito para el apoyo a las instituciones con recursos públicos. Se trata de una ofensiva dirigida no ya sólo a convertir la educación en un “negocio” (lo es hace rato), sino a insertarla en el proceso de reproducción ampliada del capital que busca convertir Chile en el paraíso del desarrollo neoliberal.

Los ajustes en curso se combinan con la decidida iniciativa del actual gobierno en relación a reemplazar el trato preferente hacia las instituciones públicas por una atención especial a las instituciones privadas de baja selectividad. La derecha de Piñera aprovecha así la gran contradicción de las políticas concertacionistas para la ESUP, que forzaron la elitización de las instituciones con mayor apoyo del Estado, profundizando la reproducción de las desigualdades. Esta realidad pone a los estudiantes en una encrucijada, pues hoy la abstracta “defensa de lo público”, la vacía reivindicación del rol de la Universidad de Chile no bastan, pues lo público como lo conocemos no es respuesta a nada. El proyecto educativo neoliberal busca arrinconar la universidad pública desde el mercado. Es ese arrinconamiento el que debemos resistir, teniendo como horizonte estratégico una verdadera reforma a la Educación Superior que supere este modelo educativo injusto, basado en y para el dinero, pero obteniendo triunfos palpables, que demuestren la potencialidad de la universidad pública como una mejor constructora de sociedad que el mercado.

Pero la Reforma debe ser un horizonte posible y no un ideal que justifique nuestras derrotas, debe construirse a pulso, al calor de luchas que enfrenten las contradicciones emergentes del modelo, aquellas asociadas a la aplicación de sus ajustes y correcciones, a la bancarización de la deuda, la precarización del pregrado, los convenios de desempeño, la privatización del conocimiento. Sólo con la resistencia a estas contradicciones podremos detener la avanzada neoliberal y prefigurar con hechos esa universidad pública del siglo XXI que nos ponemos en el horizonte.

Tan crucial como la resistencia a las formas emergentes de neoliberalismo en la Educación Superior es recuperar las luchas democráticas de base como pilares fundamentales en la recomposición del movimiento estudiantil. El gerencialismo en la Universidad de Chile, si bien todavía hegemónico en el plano académico, evidencia cierto agotamiento justamente por la agresividad de su instalación, en particular en la gestión de Luis Ayala en la Vicerrectoría Económica, y por el progresivo repliegue de la izquierda académica en la alianza perista. No podemos dar carta blanca a las autoridades, como lo han hecho las últimas conducciones de la Federación, sino que debemos tomar parte en la agudización de ese agotamiento, abriendo las grietas que se presenten para construir conflictos que permitan volver a pensar en un bloque de académicos progresistas capaz de disputarle poder a la tecnocracia universitaria.

Sin embargo, ninguno de estos desafíos podrá ser realmente asumido si no se ensanchan las espaldas del movimiento estudiantil. Lo hemos dicho siempre: no bastan los convencidos. De ahí la necesidad de una izquierda capaz de comprender el potencial transformador que se aloja en toda actividad social que implique creatividad y colaboración. Una izquierda capaz de lograr que los estudiantes confíen y obtengan resultados de la acción colectiva, disputándole conciencias al capitalismo allí donde se forma y obtiene su fuerza. Una izquierda que no le tema al empoderamiento estudiantil y se abra a la democratización y la participación.

Como autónomos creemos que la situación política demanda la existencia de una nueva alternativa de izquierda para los estudiantes de la Universidad de Chile. Nunca hemos creído que la construcción de una alternativa distinta pase por asumir posturas mesiánicas, sino por intentar articular identidades complementarias en un proyecto común. Un escenario de acercamiento ha comenzado a surgir. No se ha consolidado aún, pero nace de una confluencia de esfuerzos colectivos con vasta experiencia de trabajo en conjunto. Aportaremos con nuestra experiencia, nuestras ideas, prácticas y orientación política, en pos de permitir la irrupción del movimiento estudiantil como uno de los actores que permita a las mayorías recobrar las fuerzas para luchar por un Chile más democrático, justo y feliz.


Aquí nada termina, compañeros
Aquí cada día es continuar…



Octubre de 2010

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